A los 30 años comienzo a fumar con el anhelo de acercarme a mi pareja, sentirme próximo a sus hábitos, a su sentir. Al no conseguirlo, se origina en mí una sensación de soledad, y una necesidad de mitigarla a través del tabaco.
Tras romper dos años después, con la intención de deshacerme de esta adicción y superar el dolor que implica no haber sido capaz de comunicarme de una forma clara y sana, decido expresar todo lo que nunca supe hacerle comprender a mi expareja, darle forma y a continuación destruirlo. Para ello empleo el cigarro como objeto y el papel de liar como soporte. Escribo poemas sobre nuestra relación. Poemas que hablan de amor, pasión, desencuentro y rencor; pequeños textos donde vuelco lo que hemos sido y lo que nunca seremos; extractos de intimidad; pedazos de mis pensamientos y emociones. Luego los lío para fumármelos, como metáfora que evidencia la imposibilidad de que los mensajes lleguen tal y como se emanan, mensajes que se quedan dentro del emisor y son perjudiciales.
Escribo un total de 30 poemas, obteniendo 30 cigarrillos. Registro el desvanecimiento de estas palabras que se vuelven humo a través de trípticos fotográficos. Realizo una fotografía del papel de liar con un poema escrito, una fotografía del cigarrillo liado y una fotografía de las cenizas (con colilla incluida). Todas se imprimen sobre papel vegetal, haciendo alusión al papel que contuvo el poema y la levedad del mismo.