En mi formación académica me especialicé en pintura. Durante una década exploré la fisicidad del óleo y sus posibilidades, indagando en conceptos como el ensimismamiento, la extrañeza y la abstracción. Mis cuadros consistían en escenas domésticas, figurativas y naturalistas. Paulatinamente dejé el medio para investigar otros lenguajes como la instalación, el arte de acción, el vídeo. Aunque el concepto de lo pictórico siempre ha estado presente en mi producción, con esta acción vuelvo a la materialidad de la pintura, para abordarla desde el silencio y el no hacer. Me sirvo de la figura de Bartleby, el escribiente (cuento de Herman Melville publicado en 1853) para operar como si todo estuviese dicho, como si todo el lenguaje se hubiese agotado de una vez, y así subrayar las tensiones y el vacío que se produjeron en mi dejar de pintar.
La particular estructura de la fórmula de Bartleby, “I would prefer not to”, y su secreta agramaticalidad, desconecta las palabras y las cosas, así como las palabras y las acciones, o las palabras y los actos del habla. Para explicarlo, Gilles Deleuze se sirve de una frase en francés, “J’en ai un de pas assez”, literalmente “tengo uno de no bastante”, que bien podría traducirse como “me falta uno de más” o “me sobra uno de menos”. Con ella, doy título a una acción que abarca la elipsis, la interrupción y la potencia del no.
Con el suelo completamente cubierto de plástico, el espectador se encuentra una amplia diversidad de herramientas entre dos cubos blancos: pinceles, brochas y rodillos están meticulosamente colocados en línea, ordenados por tamaño. Vestido de negro y descalzo, destapo los cubos y cojo un primer pincel, el más pequeño, para mojar la punta y escribir en la pared blanca, con pintura blanca, la palabra “NADA”, algo imperceptible en el primer momento. Repito la operación cinco veces y paso al siguiente pincel, hundiéndolo un poco más en cada ocasión, hasta empapar por completo los utensilios y mis brazos. De la pared frontal paso a las otras dos paredes de la galería, obligando al público a desplazarse y salir fuera si no desea ser manchado. Es mi modo de jugar con la audiencia y el espacio, la fachada de The Blink Project es una gran cristalera, así activo lo que la sala tiene de escaparate.
Según avanza la performance, la intensidad aumenta, así como las dimensiones de las letras. Chorreo cada vez más pintura y el suelo comienza a llenarse de un azaroso dripping níveo. Los pasos son progresivamente más difíciles, también el sujetar los rodillos. Pintar se convierte en una actividad de esfuerzo físico. Cuando concluyo con todas las herramientas, sumerjo la cabeza en los cubos, para convertirme en una brocha humana y seguir con el ejercicio. Tres veces introduzco el cráneo, cada vez más hondo, hasta quedarme totalmente a ciegas.
Cómo hacer de nada algo. Cómo volver a la pintura desde la negación. Ya decía Leonardo Da Vinci, “la pittura è cosa mentale”, y aunque ya no trabajo con el medio, sigo dándole vueltas al amplio espectro de lo pictórico.
J’en ai un de pas assez. 5 de febrero de 2020 Performance. The Blink Project. Valencia. 1h 30’.
Fotos: Manuel López.